El ánimo humano es uno y todo, a la vez concreto y volátil. En un momento parece fácilmente definible y de repente completamente confuso e insondable, capaz de condicionar los acontecimientos en el bien y en el mal.
La existencia misma mide su éxito en función del conocimiento de este elemento intangible y, sin embargo, tan determinante, estando a él asociada la conciencia del yo respecto al otro.
“Gnothi Seautón” (γνωθι σεαυτόν), “conécete a ti mismo”, el aforismo griego que sintetiza en dos palabras el propósito de una vida.
“Conócete a ti mismo” para poder conocer al mundo, la unidad en la diversidad, aprendiendo a dar valor a lo que realmente lo merece.
Y, sin embargo, investigar las profundidades de nuestro yo es una de las tareas que más nos asustan. Y es por eso que llenamos nuestras existencias de ruido, de ocupaciones, frecuentemente pocos relevantes, que limiten las oportunidades de darnos cuenta de nosotros mismos. En efecto, cuando nos concedemos la ocasión para mirar de reojo más allá de esa pared de expresiones ficticias, vemos una realidad hecha de pequeñeces, el niño detrás de un físico de hombre.
Y, paradojamente, es ese niño que logra condicionar los comportamientos y las actuaciones de un supuesto adulto, que pretende convencer, primero a si mismo y luego a los demás, de haber entendido el significado de la existencia y las motivaciones de su actuar.