giovedì 27 febbraio 2014

Desarrollo y sostenibilidad: el éxito del empoderamiento

Sobre el concepto de desarrollo
Si partimos de la etimología de la palabra, “desarrollo” nos transmite la idea de “ordenar”, “desenvolver”, “desenrollar” cosas envueltas. Por ende, el concepto de desarrollo tiene en sí la idea de distenderse, crecer (no solamente desde el punto de vista espacial), mejorar.
En un contexto de población humana numéricamente insignificante respecto a las dimensiones del planeta, hablar de desarrollo iba de la mano con crecimiento, de manera que sistemas en expansión eran inevitablemente saludables. Sin embargo, en el momento en que el aumento exponencial de la población humana determinó el paso de pocos cientos de miles a varios miles de millones de personas que comparten un espacio que se ha quedado de las dimensiones originarias, se ha vuelto necesario volver a pensar e interpretar el concepto de desarrollo (Donella Meadows et al., 1972). El atributo “sostenible” fue añadido para caracterizar un “desarrollo que responde a las exigencias del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las propias” (UNEP, 1987), subrayando la exigencia de proponer e implementar modelos que integren de manera equilibrada los componentes económico, social y ambiental.
Uno de los aspectos relevantes surgidos del proceso es que, por lo menos desde el punto de vista teórico, queda claro que no es posible pensar en la mejora a largo plazo de las actividades económicas sin tomar en consideración la mejora de las condiciones sociales y la salvaguardia de los recursos naturales. Desde este punto de vista, un avance significativo fue hecho con la introducción del concepto de “desarrollo humano”, que conjuga la mejora de las condiciones de vida con la conservación de la calidad ambiental, concibiendo el desarrollo social e individual en términos de ampliación de las alternativas de vida a las cuales los individuos y grupos sociales pueden tener acceso (Sen, 2001).
A pesar de que desde el punto de vista filosófico-teórico se haya avanzado mucho, la implementación de dichos conceptos está todavía al comienzo, puesto que una de las características de nuestra época es quedar conformes con un modelo socio-económico clásico, basado en el crecimiento de los consumos. Desde este punto de vista, adquieren un valor particular experiencias alternativas llevadas a cabo en países económicamente desventajados, donde la existencia de espacios todavía disponibles para la innovación abre el camino a iniciativas exitosas, que proponen importantes lecciones en términos de estrategias de desarrollo territorial.

El contexto de la República Dominicana
La República Dominicana es un país de la región caribeña, perteneciente a las Antillas Mayores. Comparte el territorio de la Isla Hispaniola con la República de Haití, que ocupa la tercera parte más occidental.´ Su posición geográfica, entre 17º36’ y 19º58’ de latitud norte y entre 68º19’ y 72º01’ de longitud oeste, coloca el país entre las zonas típicamente tropicales. Sin embargo, la estructura montañosa de la isla, caracterizada por cadenas de montaña alineadas perpendicularmente a los vientos Alisios, principales transportadores de humedad, hace que el territorio dominicano presente una diversidad climática excepcional, que va del tropical perhúmedo al predesértico (Izzo et al., 2010) y se traduce en una diversidad igualmente grande de ambientes y formas de vida (Bolay, 1997; Huggins et al., 2007).

Los datos de la Oficina Nacional de Estadística, relativos al censo del 2010, revelan que la población dominicana ha alcanzado los 9.5 millones de habitantes, de los cuales más del 60% vive en zonas urbanas en continua expansión (ONE, 2008; World Bank, 2008) y en prevalencia ubicadas en áreas costeras o en zonas a elevado riesgo frente a eventos meteorológicos extremos. Además, es significativo evidenciar que, a pesar de que en los últimos treinta años se haya venido registrando una disminución de la tasa de crecimiento (Márquez, 1999), la pirámide poblacional presenta una base ancha, indicando que la población dominicana seguirá creciendo en las próximas décadas. En los grandes centros urbanos, como Santo Domingo y Santiago, las dos ciudades principales del país, las cuales hospedan a más de tres millones de personas, se registran los mayores contrastes entre estratos sociales ricos y amplias franjas de población que viven en condiciones de pobreza y marginalidad. Efectivamente, a pesar de la gran riqueza en términos de recursos naturales, la República Dominicana presenta bajo índice de desarrollo humano (PNUD, 2008). Mientras que en términos relativos las provincias más pobres se encuentran ubicadas en la frontera con Haití y en la zona oriental del país, en términos absolutos el número mayor de familias que viven en condiciones de pobreza se observa en las grandes ciudades, especialmente en Santo Domingo (ONAPLAN, 2005).
Uno de los aspectos clave es que las franjas pobres de las grandes ciudades son alimentadas por un flujo migratorio constante que proviene de las zonas rurales de todo el país, donde la falta de acceso a servicios e infraestructuras empuja miles de personas a buscar condiciones mejores en un contexto de ciudad. Aquí, la falta de capacidades profesionales orientadas al ambiente urbano y las deficiencias de la formación escolar de base hacen que los recién llegados sean progresivamente marginalizados y estén obligados a vivir en el mundo paralelo que se desarrollo en los barrios pobres.
En este contexto, la atención general está dirigida exclusivamente al urbe, sin tomar en cuenta que los problemas de la ciudad frecuentemente dependen de una falta de política orientada al desarrollo de las zonas rurales, las cuales cada vez más son concebidas exclusivamente como áreas de aprovechamiento de los recursos naturales que poseen. Por otro lado, numerosos estudios llevados a cabo para evaluar la vulnerabilidad del territorio dominicano frente a eventos meteoclimáticos, incluyendo el cambio climático, evidencian significativos elementos de criticidad (SEMARENA, 2004; IPCC, 2007; SEMARENA, 2009; Izzo et al., 2012). Dichos estudios muestran que las acciones antrópicas constituyen un factor determinante en condicionar el estado final del territorio y su vulnerabilidad.

La generación microhidroeléctrica como experiencia de desarrollo sostenible
En el contexto descrito arriba, en los últimos diez años, en la República Dominicana se han venido implementando a nivel local iniciativas que se están convirtiendo en un espacio significativo para la elaboración e implementación de modelos alternativos de desarrollo, asumiendo un lugar de relieve en la política nacional. El país se ha vuelto un punto de referencia a nivel internacional en el tema de iniciativas de generación eléctrica a partir de las aguas de pequeñas fuentes de montaña. Actualmente, en República Dominicana están funcionando 28 sistemas microhidroeléctricos, con una potencia total de 750 kW, los cuales proporcionan el servicio eléctrico a dos mil familias de zonas rurales aisladas.
Dichos sistemas resuelven un problema estructural prioritario para el país, puesto que el servicio eléctrico nacional presenta numerosos puntos débiles en términos de calidad y en muchas áreas rurales el acceso a la electricidad es ausente. Numerosas entidades de la cooperación internacional, así como instituciones del sector público y organizaciones y sujetos privados, han constituido una red de trabajo basada en los principios de intervención promovidos por el Programa de Pequeños Subsidios del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), surgido con el objetivo de conciliar el desarrollo local con la protección de los recursos naturales (PPS, 2014; SGP, 2014). Las intervenciones realizadas han permitido la construcción de sistemas microhidroeléctricos de potencia entre 7 y 132 kW, que garantizan la generación eléctrica autónoma a más de cincuenta comunidades rurales, con impactos significativos en la mejora de la calidad de vida de la poblaciones beneficiarias.
Cabe destacar que la experiencia desarrollada muestra que obtener el acceso al servicio eléctrico es sólo uno, y no necesariamente el más importante, de los resultados vinculados a iniciativas de este tipo. Analizando más detenidamente los cambios producidos, nos damos cuenta de que los impactos más significativos están ligados al crecimiento de los grupos beneficiarios, el cual surge del proceso vivido. Específicamente, cada proyecto responde a una filosofía de trabajo que tiene como objetivo último el empoderamiento del grupo local, o sea la mejora de su capacidad de participación política, haciendo elecciones responsables en tema de aprovechamiento de los recursos naturales y reduciendo la vulnerabilidad del territorio.

Puntos clave en la promoción del desarrollo
La implementación de proyectos de esta naturaleza comporta numerosos procesos paralelos, qu, en su totalidad, determinan la mejora del desarrollo humano de la población meta, incrementando el abanico de oportunidades accesibles. Las experiencias maduradas permiten identificar y sistematizar algunos principios que se han demostrado fundamentales para la promoción de un desarrollo territorial sostenible. El punto de partida de cada intervención es el interés genuino de los participantes en el proceso.
En primer lugar, el grupo local beneficiario cumple el primer paso en promover la acción, solicitando una visita de reconocimiento del sitio y una evaluación preliminar del potencial microhidroeléctrico de la cuenca donde el grupo comunitario vive. A partir de esta primera intervención, la comunidad participa activamente en cada una de las etapas siguientes, desde el estudio de factibilidad, a la implementación, a la puesta en funcionamiento y gestión del sistema instalado: de esta manera, el proceso se vuelve una escuela de aprendizaje, donde tanto el grupo comunitario beneficiario como las instituciones acompañantes mejoran su conocimiento y capacidad de intervención, promoviendo una manera diferente de concebir la política territorial.
Efectivamente, aprender haciendo es el lema fundamental: los seres humanos aprenden de las cosas que hacen. Desde este punto de vista, los resultados significativos alcanzados dependen en gran medida del desarrollo de una autoconciencia, puesta en práctica en un espacio de solidaridad, a servicio del bien común, en un contexto donde tanto el individuo como el grupo organizado aprenden a ser artífice de su destino. En dicho contexto, asumen importancia los errores, los cuales son vistos no como una derrota, sino como una oportunidad que se tiene para evaluar el camino hecho y corregir aquellas cosas que no han permitido alcanzar los resultados previstos: se considera la equivocación como una etapa importante que permite avanzar. En tal sentido, quedando en el ámbito eléctrico, se reconoce la validez de un comentario hecho por Edison, contestando a un periodista que durante una entrevista le recordó que había coleccionado casi mil intentos fallidos, en el transcurso de sus pruebas para inventar el bombillo. Frente a dichas consideraciones, Edison subrayó que no se trataba de mil fracasos, más bien de un proceso hecho de mil pasos.
De esta manera, tanto los beneficiarios como los técnicos que acompañan el proceso trabajan sin la presión que genera el miedo de equivocarse: aclarando que se toman medidas significativas para minimizar el riesgo de cometer errores, las equivocaciones no son criminalizadas, sino más bien analizadas para poder reorientar el proceso y hacerlo más eficaz y eficiente. Todo esto cataliza un proceso de gestión adaptativa, con la posibilidad de ajustar planes y programas y readecuar las acciones al contexto específico, sin perder de vista el objetivo general. Otro aspecto clave en tema de desarrollo territorial es la conciencia de que no existe una receta única aplicable donde quiera. Se trabaja bajo la certidumbre de que cada grupo comunitario vive una realidad propia, que debe ser tomada en cuenta para desarrollar cualquier iniciativa.
El análisis del contexto específico debe ser el punto de partida para poder pensar en las estrategias más oportunas, considerando que cada comunidad tiene sus peculiaridades, sus puntos de fuerza, así como sus puntos débiles. En tal sentido, también los tiempos son adaptados al contexto particular: no existe una duración estándar que se aplique de manera indiferenciada, más bien, en el ámbito de una planificación general acordada y socializada, se respetan los tiempos de la comunidad donde se trabaja. En este proceso, los técnicos y las instituciones participantes son acompañantes que orientan el grupo local en base a principios compartidos, sin imponer modelos preconstituidos. Hay la convicción de que no es oportuno adaptar la comunidad a un determinado modelo de desarrollo, más bien es importante buscar o elaborar el modelo de desarrollo que mejor se adapte a las peculiaridades locales. De esta manera, se genera un proceso constructivo e innovador.
Durante toda la duración de las intervenciones de construcción de los diferentes sistemas, se mejoran las competencias técnico-administrativas del grupo local, a partir de una visión financiera y empresarial que estimule el emprendimiento de nuevas acciones, que mejoren los ingresos familiares y promuevan alternativas de trabajo en las zonas rurales. La labor para alcanzar una meta común conlleva la interacción de numerosos actores, en base a un esquema de sinergia y no de competición, donde cada persona, valorada en su unicidad, desempeña un rol que responde a su actitud y capacidad. La realización del proyecto se vuelve un espacio significativo donde las personas, tanto los beneficiarios de las intervenciones como los técnicos acompañantes, tienen la posibilidad de descubrir y meter a prueba su actitud y habilidad para ciertos conocimientos y operaciones: no es un caso que los técnicos que a nivel nacional se encargan de la instalación de los sistemas de generación microhidroeléctrica son jóvenes de comunidades rurales donde se han implementado y están funcionando sistemas de este tipo.
Con la idea de seguir incentivando la sinergia e interacción, ha sido creada la Red Dominicana para el Desarrollo Sostenible de las Energías Renovables (REDSER), la cual reúne todas las iniciativas comunitarias, presentándose como un interlocutor local en las mesas de discusión de la política energética nacional. Trabajar en red y de manera sinérgica produce como efecto directo el establecerse de un contexto de respeto y confianza recíproca, que permite superar el negativismo y la política del miedo difusa por los medios de comunicación. El éxito de dicha sinergia está estrictamente ligado a que el proceso hace que se vuelva a establecer un vínculo con la esencia misma de la naturaleza, donde organismos conectados operan un desarrollo autónomo en un caos aparente.
Estas iniciativas representan en la República Dominicana la concretización, en un ámbito específico, del principio de subsidiariedad, en base al cual se da prioridad a las acciones locales, en el ámbito de un marco concertado a escala más amplia: las decisiones son tomadas por el grupo comunitario, estimulando las elecciones que la comunidad considere más oportunas para su desarrollo, sin imponer esquemas jerárquicos, fundamentados en poderes externos. La población participa activamente en los procesos decisionales, educándose a la responsabilidad que conlleva la libertad de elección. En este proceso, el acompañante hace propuestas: no impone, más bien propone alternativa que son evaluadas por el grupo local, en el ámbito del contexto específico donde se opera.
Se establece una disciplina funcional, donde las reglas derivan de experiencias reales, siendo establecidas y modificadas en grupo. Dicha disciplina es establecida de manera natural por la comunidad y responde a la elección de todos los sujetos sociales. A ella, se acompaña el desarrollo de una autodisciplina, donde cada persona está consciente de que está construyendo su propia conducta, aprendiendo el respeto por el otro de manera viva y fácil. El punto clave es que cada uno se hace cargo de las consecuencias que produce su mismo actuar. Aprender a trabajar en grupo hacia la realización de un objetivo común, escuchar el otro, aceptar ideas distintas, corregirse recíprocamente, resolver conflictos, tomar decisiones frente a problemas y dificultades que puedan presentarse, o también decidir la forma más apropiada de aprovechar recursos limitados, se vuelven momentos importantes de crecimiento personal y colectivo.
Los resultados hasta ahora obtenidos muestran impactos significativos también en término de reducción de las presiones migratorias hacia los ambientes urbanos: en todas la zonas rurales intervenidas, donde operan sistemas microhidroeléctricos comunitarios, ha cesado la migración hacia las áreas urbanas limítrofes y, en algunos casos, han sido revertidos los flujos migratorios, con un regreso de los núcleos familiares que se habían marchado en búsqueda de mejores condiciones de vida.
Finalmente, en proyectos de este tipo, la gestión de los recursos previstos para las intervención por el grupo local ha determinado una reducción significativa (en algunos casos superior al 75%) de los costos, respecto a obras similares implementadas por el estado, sin el involucramiento de los grupos beneficiarios.

Conclusiones
El sistema socio-económico dominante ha venido demostrando su inadecuación. Prescindiendo de las consecuencias en términos de insostenibilidad ambiental, el modelo consumista produce profunda insatisfacción, a causa de la desarmonía asociada a lo que es construido por el ser humano respecto a lo que este último ha encontrado ya existente: el mismo hecho de distinguir entre “natural” y “artificial” implica que haya algo que se separa de manera desafinada respecto a lo que nos rodea.
En base al concepto de “ambiente” que, según el origen latina de la palabra, es todo lo que rodea un sujeto y del cual el sujeto mismo es parte, buscar reconciliar ecología (del griego oikos logos) y economía (del griego oikos nomos) representa no solamente una obligación para que la especie humana sobreviva, sino también la única salida de la profunda alienación e insatisfacción que promanan del mundo harto de consumo.
Las experiencias desarrolladas en la República Dominicana y fundamentada en la filosofía de empoderamiento de los grupos locales organizados demuestran que modelos alternativos son posibles y exitosos, tanto en el plano social como en el ambiental. Los grupos locales, así como las personas, son iguales desde el punto de vista de su pertenencia al género humano, pero son socialmente y culturalmente diversos. Desde este punto de vista, no es posible homogeneizarlos y aplicar soluciones y esquemas iguales para todos: partir del principio de la igualdad de derechos no implica que se tenga que hacer todos lo mismo.
En este sentido, el rol de las entidades y los técnicos cooperantes es contribuir a crear un contexto donde cada persona y sujeto institucional puedan expresar su potencial de la mejor manera, partiendo de la conciencia de que no existe un camino único, válido para todo el mundo. Para que las políticas territoriales tengan éxito y sean sostenibles, no debe existir una estructura de poder jerárquico, más bien una autoridad funcional, administrativa y organizativa. De esta manera, el trabajo realizado en conjunto por diferentes sujetos que operan en el territorio se vuelve un espacio donde se experimentan procesos que permiten construir comunidades mejores para la sociedad.
Cada comunidad logra comprender cuál es lo mínimo que necesitan para poder vivir y compartir recursos limitados en un espacio intra- e intercomunitario. Uniendo diversidades y capacidades, el aprendizaje y los resultados se potencian, en términos de experiencias y valores humanos, tanto para las comunidades locales como para las instituciones y las personas acompañantes. A la vez, se reducen los costos de intervención, alcanzando un uso más eficiente de los recursos, gracias al control y la gestión directa realizada por el grupo local.
Finalmente, la experiencia madurada demuestra que ninguna política orientada a la resolución de los problemas urbanos puede resultar exitosas si no está suportada de forma oportuna por una paralela acción de incentivo y desarrollo de las áreas rurales.
En base a las consideraciones hechas es posible concluir que, a pesar de la imagen muy difusa de países “en desarrollo”, que necesitan “aprender” modelos ya experimentados por pueblos “desarrollados”, los países con menores recursos económicos, o más bien penalizados por los mecanismos económicos establecidos e impuestos a nivel internacional, pueden marcar la diferencia, considerando que en ellos todavía permanecen espacios para actuar en base a pensamientos “otros”. En estos países existe la posibilidad de experimentar modelos alternativos, que no estén enfocados en el dinero como fin último, sino que estén fundamentados en la solidaridad social.

Bibliografía citada
Bolay, E. (1997) The Dominican Republic: a country between rain forest and desert. Contributions to the ecology of a Caribbean island, Joseph Margraf Verlag, Bonn.
Donella Meadows, H., Denni Meadows, L.,; Jørgen Randers, William Behrens III, , W. (1972) The Limits to Growth. Universe Books.
Huggins, A.E., Keel, S., Kramer, P., Núñez, F., Schill, S., Jeo, R., Chatwin, A., Thurlow, K., McPherson, M., Libby, M., Tingey, R., Palmer, M., Seybert, R. (2007) Biodiversity conservation assessment of the insular Caribbean using the Caribbean Decision Support System. Technical Report, The Nature Conservancy, Santo Domingo.
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Márquez, L. (1999) Hacia un programa de desarrollo cultural para la República Dominicana. Presidencia de la República Dominicana e UNESCO, Santo Domingo.
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UNEP (1987) Our common future. World Commission on Environment and Development of United Nations Environmental Programme.
World Bank (2008) Dominican Republic at a glance. World Bank, Washington.

1 commento:

  1. Un excelente artículo que integra de manera magistral y clara, basada en la práctica, los elementos de un modelo de desarrollo que vale la pena, donde la persona es importante y su dignidad se fortalece, partiendo desde lo local, allí donde las necesidades son sentidas y donde es vivido el sueño de una realidad mejor.

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