Cada vez más me doy cuenta de que muchos aspectos relevantes
de mi vida terminan siendo relacionados con el baile.
Mi camino de liberación emocional ha ido progresando acorde a la soltura adquirida en el baile: expresión alta de rigidez y control, he tenido que sucumbir a la ley del dejarse llevar, para poder disfrutar de la magia que desprende de la armonía de la danza.
En la medida en que la flexibilidad y la soltura dejan
espacio a la respuesta armónica a las dinámicas musicales, vienen
desbloqueándose niveles psicológicos, abriendo el camino hacia mundos inexplorados
y fascinantes.
Hoy, la reflexión sobre el baile ha vuelto a apoderarse de
mi mente en un contexto diferente y, a la vez, relacionado: nuestra relación
con la naturaleza es una danza, en la cual, ahora mismo, hay mucha rigidez y
desafine.
La degradación ambiental es la expresión más alta de un
baile en el cual nosotros, los seres humanos, estamos peleando con la naturaleza,
en lugar de seguir suavemente su dirección en la danza.
El resultado es un espectáculo piadoso, donde, en lugar del
éxtasis del movimiento armónico, presenciamos la ruptura, producto de un tirijala
descoordinado.
Sólo recuperando la armonía del baile lograremos cerrar la
brecha que nos separa mentalmente de nuestra misma esencia y, por lo tanto, se
traduce en una degradación no sólo ambiental, sino también social y personal.
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